18 de julio de 2013

DIETER BROERS. LAS TORMENTAS SOLARES Y EL CAMPO ELECTROMAGNÉTICO DEL CORAZÓN.


Nos hallamos en medio de un significativo aumento de la actividad solar, lo cual tiene la capacidad de alterar el campo magnético de la Tierra y, como resultado, importantes parámetros de la naturaleza y de la vida y la psique humanas. 
Para Dieter Broers, reputado biofísico alemán, no nos hallamos a las puertas del Apocalipsis sino más bien en el comienzo de una nueva era. Broers es autor del libro ‘Revolution 2012’ y protagonista del documental ‘Solar (R)evolution’, en el que se recoge la casuística científica relativa a este tema.



 —¿Qué resonancia se produce entre los campos electromagnéticos de los seres humanos y el terrestre, el campo geomagnético?
—Cuando se llevaron a cabo los primeros viajes espaciales tripulados por humanos, los astronautas regresaban experimentando serios problemas de salud, lo que llevó a acuñar el término «enfermedad del espacio». La causa de los desequilibrios se aclaró pronto: en la cápsula espacial, los astronautas se habían visto desconectados del campo magnético de la Tierra.
Este hecho muestra con asombrosa claridad que el campo geomagnético hace mucho más que protegernos de las radiaciones cósmicas. Todo nuestro organismo se armoniza literalmente con este campo, el cual regula los ciclos de la vida y nuestro reloj biológico, y puede ser el motor para muchos procesos metabólicos. El campo electromagnético de la Tierra está haciendo posible la vida, y también afecta nuestro estado de ánimo y mental.

En el organismo humano son el corazón y el cerebro los que emiten los campos electromagnéticos más fuertes. Los campos de la Tierra (especialmente las resonancias Schumann) son especialmente parecidos a los campos electromagnéticos cerebrales. Es debido a la similitud entre las resonancias Schumann y las ondas cerebrales (especialmente en el rango alfa –8 Hz) que ambos campos interactúan; se puede decir que prácticamente se están comunicando entre sí.
De todos modos, como dice Rollin McCraty, director de investigaciones del Instituto Heartmath, en el documental ‘Solar (R)evolution’, de todos los sistemas estudiados hasta ahora es el corazón el más sensible a los cambios en el campo geomagnético. Los ritmos en el sistema cardiovascular están casi a la par con los ritmos de las resonancias en las líneas de este campo. Y cuando las frecuencias de dos sistemas diferentes resuenan, es un asunto de física básica entender que la información es transferida fácilmente entre ambos. Digo entre ambos porque no solo nosotros somos afectados por los campos planetarios, sino que cada ser humano también irradia un campo magnético e interactúa con los demás.

—¿Es muy estable el campo geomagnético?

—Sí es un campo estable o estacionario, como puede serlo el de un imán. La fuerza de este campo no cambia mucho, por lo menos de un día para otro. Lo que sí cambia a diario, y nos afecta diariamente, son las líneas de ese campo. Las líneas magnéticas de la Tierra se proyectan a miles de millas hacia al espacio alrededor de todo el planeta e interactúan con los vientos solares, que las hacen vibrar. El viento solar toca y pulsa las líneas del campo, casi como si fueran las cuerdas de una guitarra.

—Así que el campo geomagnético nos afecta… y, a su vez, el Sol afecta al campo geomagnético; ¿de qué manera?

—Nuestro Sol emite un amplio espectro de campos electromagnéticos; desde los campos de baja frecuencia hasta los rayos gamma duros. Los campos electromagnéticos que nos llegan preferentemente aquí en la Tierra son las ondas de radio y la luz visible. También llegan los rayos ultravioleta, que actúan en parte, directa o indirectamente, sobre nosotros.
Además hay que tener en cuenta que en la superficie del Sol tienen lugar explosiones, o erupciones, que catapultan cargas de alta energía al espacio, a velocidades de varios millones de kilómetros por hora. Un desprendimiento de masa coronal es una violenta expulsión de una parte de la atmósfera solar, que contiene campos magnéticos y plasma. El campo magnético de la Tierra nos protege de estas partículas; las desvía y las obliga a dar una vuelta alrededor del globo. Esto causa, en los polos, el efecto visual de las auroras boreales. Pero detrás de lo que presenciamos como un show espectacular de la naturaleza nos acecha una sombra desagradable: estas explosiones solares pueden realmente alterar los satélites de comunicaciones, y con ello afectar las señales de GPS o nuestros teléfonos móviles; incluso pueden causar serias alteraciones en la red eléctrica.
Esto no es una hipótesis remota. En la mañana del 1 de septiembre de 1859 el astrónomo británico Richard Carrington pudo observar por casualidad un destello sobre la superficie del Sol, que era el indicio de una gran explosión. Supo inmediatamente que había sido testigo de un evento muy especial. En las noches siguientes se pudieron ver brillantes auroras boreales en todo el globo terráqueo; se veían desde distancias tales de los polos como Hawai o Jamaica. Ese severo temporal magnético afectó la red mundial del telégrafo y causó que el papel de los teletipos ardiera.
En nuestra era altamente tecnificada, un temporal solar de tal magnitud podría, sin duda, producir una hecatombe. Algunos gobiernos en todo el mundo se han estado preparando, más o menos, en vistas de este posible escenario.
Athanor.

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