23 de diciembre de 2013

¡BIENVENIDO INVIERNO! ES TIEMPO DE ENTREGA.


En los últimos días de diciembre, cuando se anuncia el invierno, la luz mediterránea se estanca. Aparentemente parece no moverse. Los días cortos y las noches largas se hacen interminables. El recuerdo de la luminosidad veraniega desaparece, como si siempre hubiera sido invierno y éste no fuera a tener fin.
El retorno de la luz. 
En el inicio del invierno, en el Mediterráneo celebramos el retorno de la luz. El Adviento se traduce en latín como llegada. La palabra Adviento procede de la griega epiphaneia, que significa la aparición o la visita de un mensajero que puede ser un rey o un emperador, o la llegada a un templo de una deidad, en este caso, del dios Sol.
En algunos hogares se coloca una corona de ramas de pino con cuatro velas, una por cada domingo de adviento. La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición que consistía en encender velas durante el invierno para invocar el regreso del dios Sol a través de la luz y el calor del fuego.
El tiempo de agua. 
El orden natural de las cosas es su fugacidad, su incesante transformación. Lo que más cambia en la naturaleza, después de la luz, es el agua.
Según la tradición taoísta china, cuando la luz inicia su crecimiento, el metal vibra, almacenando energía, nutriendo sus raíces magnéticas y lumínicas, en un ensimismamiento que las multiplica. 
El tiempo de agua posee dos características: una sutil y otra vigorosa. En la primera, el agua se mueve a favor de la gravedad, fluyendo hacia el mar o hacia las aguas subterráneas que surcan la tierra. Posee facilidad, habilidad,  destreza y pericia para expandirse tomando la forma del contenedor que la acoge. Nutre a los seres humanos, a los campos y a los animales. 
En su forma vigorosa, el agua es poderosa y tenaz; puede arrasar lo que está a su alrededor; penetrar la piedra o el metal más duro cuando cae sobre ellos con periodicidad y persistencia. Purifica aquello que encuentra a su paso. Potencia la fuerza y es, después de la luz, la base de la vida. Su voluntad no tiene igual y su esencia es generosa.
Lo mejor surge cuando se mueve entre las dos características, cuando se armoniza entre la claridad y la densidad turbia, entre la fluidez y el estancamiento, entre la superficie y la hondura, entre la nutrición y la purificación, llevando esas cualidades sin contradicción, pasando de la una a la otra, mostrándose gentilmente poderosa.  
El agua refleja aquello o aquel que se mira en ella. 
El movimiento espiritual del invierno: la entrega. 
Comienza con el fluir de la energía, lo cual permite que pueda renovarse y en esta renovación se purifique. 
Imitamos así una de las leyes vitales del universo, la del intercambio dinámico. Con nuestra disposición para dar, dejamos un espacio vacío para que la riqueza del universo siga circulando en nuestras vidas, nos obsequie y las llene.
El cuerpo mantiene un intercambio laborioso, aplicado y constante con el universo, también la mente y el espíritu. Vivimos gracias a un proceso de renacimiento que se inicia en nuestra respiración al inspirar, continúa con la absorción de agua y con la ingestión de alimentos que transformaremos en energía física, mental y espiritual. Pero también gracias a un proceso de purificación, pues espiramos elementos y aire que nos saturan; orinamos después de que el riñón haya purificado los líquidos y los haya transformado en energía; y evacuamos por el intestino las materias sólidas que ya no sirven al proceso de transformación.
El intercambio que sucede en el cuerpo es un espejo del continuo fluir en nuestra vida mental o espiritual. Intercambiamos emociones, pensamientos y estados anímicos, que comienzan en el mundo de los sentidos y al elaborarlos luego los eliminamos a partir de la elección y el criterio. Así circula a través nuestro la vida en su totalidad.
Como regla general, para que algo nos beneficie hay que hacerlo circular, sea ese algo la abundancia, el trabajo o el amor. Si deseamos fortuna deberemos ser generosos con aquellos que nos rodean o realizan trabajos para nosotros. Si deseamos trabajar deberemos ponernos a la tarea, invertir tiempo y preparar el campo para que llegue el trabajo. Si deseamos que nos amen deberemos amar, sea dando los buenos días, deseando lo mejor a quienes nos rodean o abrazando a quienes amamos.
En ese acto de entrega es vital la intención: crear felicidad para el que da y el que recibe. De la misma manera que se prolonga la felicidad cuando agradecemos los dones recibidos, también se prolonga cuando los damos con la intención dirigida, con gozo, amor, alegría y deseos de libertad, armonía, paz y verdad.
Cualquier cosa que tiene valor no hace más que multiplicarse en cuanto se entrega. Cuando aprendemos a entregar lo mismo que buscamos ponemos en danza al universo en esa ceremonia instantánea y continua de purificación y renacimiento que es la vida. Vivir es intercambiar. Hacerlo con amor y buenos deseos multiplica nuestro propio amor y realiza nuestros deseos.
Gerard Arlandes.

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