17 de febrero de 2015

VIVIMOS EN DOS MUNDOS PARALELOS Y DIFERENTES: EL ONLINE Y EL OFFLINE.

Hemos llegado a un punto en el que pasamos más tiempo frente a las pantallas que frente a otras personas y eso, tiene efectos perturbadores que no solemos percibir, comenta Zygmunt Bauman.
Reflexiona sobre la doble vida -online y offline- que según él, define nuestra sociedad actual.
¿Qué aspecto de la vida moderna le preocupa?
Bueno, trato de simplificar y de encontrar un denominador común en lo que pienso y en lo que digo porque, vivimos en un mundo problemático y lo que subyace en común, son los inconvenientes de estos tiempos: la fluidez, nuestros sentimientos y el conocimiento de nosotros mismos.
Bauman ya era un sociólogo prestigioso cuando lanzó su concepto para definir el mundo que nos rodea y lo aplicó a la vida, al amor y a la modernidad: “Elegí llamar ‘modernidad líquida’ a la creciente convicción de que el cambio es lo único permanente y la incertidumbre la única certeza. 
La vida moderna puede adquirir diversas formas, pero lo que las une a todas, es precisamente esa fragilidad, esa temporalidad, la vulnerabilidad y la inclinación al cambio constante”.
¿Seguimos dominados por la incertidumbre?
La incertidumbre es nuestro estado mental que está regido por ideas como “no sé lo que va a suceder”, “no puedo planificar un futuro”. El segundo sentimiento es el de impotencia, porque aun cuando sepamos qué es lo que debemos hacer, no estamos seguros de que eso vaya a ser efectivo: “no tengo los recursos, los medios”, “no tengo el poder suficiente para encarar el desafío”. El tercer elemento, que es el más dañino psicológicamente, es el que afecta la autoestima. Uno se siente un perdedor: “no puedo mantenerme a flote, me hundo”, “son los demás los exitosos”. 
En este estado anímico de inestabilidad, el hombre está desesperado buscando una solución mágica. Uno se vuelve agresivo en la relación con los demás. Usamos los avances tecnológicos que, teóricamente deberían ayudarnos a extender nuestras fronteras, en sentido contrario. Los utilizamos para volvernos herméticos, para cerrarnos en un espacio donde lo único que se escucha son ecos de nuestras voces, o para encerrarnos en un “hall de los espejos” donde sólo se refleja nuestra propia imagen y nada más.
¿Dónde lo pasamos mejor, online u offline?
Hoy vivimos simultáneamente en dos mundos paralelos y diferentes. Uno, creado por la tecnología online, nos permite transcurrir horas frente a una pantalla. Por otro lado tenemos una vida normal. La otra mitad del día, la pasamos en el mundo que, en oposición al mundo online, llamo offline
Según las últimas estadísticas, en promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media delante de la pantalla. Y, el peligro que yace allí es la propensión de la mayor parte de los internautas a hacer del mundo online una zona ausente de conflictos. 
Cuando uno camina por las calles en Buenos Aires, en Río de Janeiro, en Venecia o en Roma, no se puede evitar encontrarse con la diversidad de las personas. Uno debe negociar la cohabitación con esa gente de distinto color de piel, de diferentes religiones, diferentes idiomas. No se puede evitar. Pero sí se puede esquivar en Internet. 
Ahí hay una solución mágica a nuestros problemas. Uno oprime el botón “borrar” y las sensaciones desagradables desaparecen. Estamos olvidando lentamente, o nunca lo hemos aprendido, el arte del diálogo. 
Entre los daños más analizados y teóricamente más nocivos de la vida online están la dispersión de la atención, el deterioro de la capacidad de escuchar y de la facultad de comprender, que llevan al empobrecimiento de la capacidad de dialogar, una forma de comunicación de vital importancia en el mundo real.
Si nos sentimos cómodos conectados, ¿Por qué nos haría falta recuperar el diálogo?
El futuro de nuestra interconexión se basa en el desarrollo del arte del diálogo. El diálogo implica una intención real de comprendernos mutuamente para vivir juntos en paz, aun gracias a nuestras diferencias y no a pesar de ellas. 
Hay que transformar esa coexistencia llena de problemas en cooperación, lo que se revelará en un enriquecimiento mutuo. Yo puedo aprovechar su experiencia inaccesible para mí y usted puede tomar algún aspecto de mi conocimiento que le sea útil. 
En un mundo de diáspora, globalizado, el arte del diálogo es crucial. Estoy seguro de que Buenos Aires es una colección de diversas diásporas. En Londres hay 70 diásporas diversas: étnicas, ideológicas, religiosas, que viven una al lado de la otra. Transformar esta coexistencia en cooperación, es el desafío más importante de nuestro tiempo. Diálogo significa exponer las propias ideas aun asumiendo el riesgo de que en el transcurso de la conversación se compruebe que uno estaba equivocado y que el otro tenía razón. 
¿La vida online es un refugio o un consuelo a la falta de diálogo?
Hallamos un sustituto en Internet y eso hace más fácil no resolver los problemas de la diversidad. Es un modo infantil de evitar vivir en la diversidad. Hay otra fuerza que actúa en contra y es el cambio de situación del mercado del trabajo. Los antiguos lugares de trabajo eran ámbitos que propiciaban la solidaridad entre las personas. Eran estables. Eso cambió hoy con los contratos breves y precarios. Las condiciones inestables, fluctuantes y sin perspectivas de carrera no favorecen la solidaridad, sino la competencia. Estos dos factores no incentivan a la gente para el diálogo. Soy una persona ya mayor y creo que me voy a morir sin ver este problema resuelto.
Marina Artusa


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