9 de marzo de 2015

UNA NUEVA CIUDAD "COMESTIBLE", ANDERNACH.

La localidad alemana de Andernach sustituye sus zonas verdes tradicionales por huertos cuidados por los vecinos y pueden llevarse gratuitamente los productos cosechados.

Cuando Thomas Manz quiere cocinar unas verduras u hortalizas, sale a la calle y las recolecta de los espacios públicos de su localidad, Andernach, una población de 30.000 habitantes. 
Se lleva una col, calabacines y otra verdura que ya esté en su punto. 
“Vengo un par de veces por semana y me dejo inspirar por lo que encuentro”, dice.

Los vecinos de Andernach pueden proveerse de los vegetales que crecen en los huertos comunitarios que abarcan una quinta parte de los parques, jardines y zonas verdes. 
Tomates, uvas, calabazas, manzanas, pimientos, lechugas, fresas, hierbas aromáticas, incluso cereales y numerosas flores prosperan en lugares como el paseo que sigue la orilla del Rin o el foso del viejo castillo medieval a la espera de que cualquier ciudadano acuda a recogerlos para aportar a su dieta unos ingredientes ecológicos y totalmente gratuitos.
Los cultivos cubren ya 8.000 metros cuadrados del centro y unas 13 hectáreas en las afueras.
El Ayuntamiento financia el mantenimiento, del cual se encarga un equipo de ex parados de larga duración que reciben un pequeño salario.
“Los políticos se oponían: temían que los espacios verdes se echasen a perder o se deterioraran, tenían miedo al vandalismo".
Hasta que vieron los números: 100 tomateras plantadas en un parterre a orillas del río salían por poco más de un euro y medio la unidad, mientras que, el mantenimiento del banco que había allí antes, llegaba a costar 500 euros al año al contribuyente. Un metro cuadrado de tulipanes que había que replantar continuamente, o sustituir por otras flores, costaba 60 euros al año. Los arbustos que lo ocupan ahora le cuestan a la ciudad 10 euros, y además... proporcionan frutos.
Cuando vieron el entusiasmo con el que los vecinos acogieron el proyecto de la Ciudad comestible, desterraron todas sus dudas. 
Poco a poco, en Andernach, los letreros de “No pisar la hierba” fueron sustituidos por “Coja lo que quiera”. Kosack logró ir reemplazando los aburridos setos y parterres por huertos donde bulle la actividad humana, animal y vegetal, y en los que el paisaje cambia radicalmente en cada estación. “Es algo fantástico: pasar las vacaciones aquí es mejor que ir a otro país”.
En total, los cultivos cubren ya unos 8.000 metros cuadrados de suelo urbano de Andernach. Y, además, alrededor de la ciudad se extienden otras 13 hectáreas de terrenos municipales donde se practican ecológicamente la agricultura.
La ciudadanía se ha involucrado activamente en el proyecto y ello ha abaratado enormente sus costes: muchos vecinos cavan, siembran, riegan, podan y, por supuesto, cosechan en los huertos. Se organizan apasionados debates sobre qué plantar en cada parcela, o cómo hacerlo.

Se llegaron a plantar un centenar de variedades distintas de tomates, judías y cebollas.
Se han recuperado especies autóctonas que estaban al borde de la desaparición, como la manzana o la almendra. 
El éxito del experimento, que ya ha recibido un buen número de premios por su contribución al desarrollo sostenible, la alimentación saludable y al impulso de nuevas formas de participación social, lo está haciendo contagioso: más de 300 localidades y municipios de Alemania, Países Bajos, Suiza o Austria, incluso de Sudáfrica y Australia, han pedido información sobre el proyecto. 
Ramón Costa.


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