17 de abril de 2015

SE NOS OLVIDA EL VALOR DE LA HUMILDAD.

La mayoría estamos convencidos de que nuestra forma de ver la vida es la mejor forma de ver la vida.
Y que quienes ven las cosas diferentes que nosotros, están equivocados.

Pero ¿sabemos de dónde viene nuestra visión de la vida? ¿Realmente podemos decir que es nuestra? ¿Acaso la hemos elegido libre y voluntariamente?

Desde el día en que nacimos, nuestra mente ha sido condicionada para pensar y comportarnos de acuerdo con las opiniones, valores y aspiraciones de nuestro entorno social y familiar.
¿Acaso hemos escogido el idioma con el que hablamos?
En función del país y del barrio en el que hayamos sido educados, ahora mismo nos identificamos con una cultura, una religión, una política, una profesión y una moda determinadas, igual que el resto de nuestros vecinos. 
¿Cómo veríamos la vida si hubiéramos nacido en una aldea de un pueblo de Madagascar? Diferente, ¿no?
Y entonces, ¿Por qué no cuestionamos nuestra forma de pensar? ¿Y qué consecuencias tiene este hecho sobre nuestra existencia?

La ignorancia es el germen de la infelicidad.
No existe ni un solo ser humano en el mundo que quiera sufrir de forma voluntaria.
Las personas queremos ser felices, pero en general no tenemos ni idea de cómo lograrlo. Y dado que la mentira más común es la que nos contamos a nosotros mismos, en vez de cuestionar nuestro sistema de creencias e iniciar un proceso de cambio personal, la mayoría nos quedamos anclados en el victimismo, la indignación, la impotencia o la resignación.

Muchos estamos perdidos en el arte de vivir plenamente. ¿Y quién no lo está? A menos que admitamos que tenemos un problema, nos será imposible solucionarlo. 
La honestidad puede resultar muy dolorosa al principio. Pero a medio plazo es muy liberadora.
Nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con nuestro mundo interior.
Así es como iniciamos el camino que nos conduce hacia nuestro bienestar emocional.
Cultivar esta virtud provoca una serie de efectos terapéuticos. En primer lugar, disminuye el miedo a conocernos y afrontar nuestro lado oscuro.
También nos incapacita para seguir llevando una máscara con la que agradar a los demás.
Así, nos da fortaleza. De pronto perdemos el interés en justificarnos. Y aumenta nuestra motivación para desarrollar nuestro potencial como seres humanos.

En la medida que la honestidad se va integrando en nuestro ser, sentimos frecuentes episodios de alivio por no tener que fingir ser quien no somos.
Solemos utilizar una serie de mecanismos de defensa para mantenernos en nuestra zona de comodidad.
Entre estos destaca la arrogancia, la soberbia, que nos lleva a sentirnos superiores, poniendo de manifiesto nuestro complejo de inferioridad.
De ahí surge la prepotencia, con la que tratamos de demostrar que siempre tenemos razón. También empleamos la vanidad, haciendo ostentación de nuestros méritos, virtudes y logros.

Eso sí, el gran generador de conflictos con otras personas se llama orgullo.
Principalmente porque nos incapacita para reconocer y enmendar nuestros propios errores. Y pone de manifiesto una carencia de humildad.
Etimológicamente, esta cualidad viene de humus, que significa tierra fértil.
Es lo que nos permite adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para poder aprender aquello que todavía no sabemos.

La humildad está relacionada con la aceptación de nuestros defectos, debilidades y limitaciones. Nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos dado por cierto.
Llegado el momento, nos invita a ser breves y no regodearnos.
Es cierto que nuestras cualidades forman parte de nosotros, pero no son nuestras.

“La humildad nos permite silenciar nuestras virtudes, permitiendo que los demás descubran las suyas” Clay Newman

La coletilla “en mi humilde opinión” no es más que nuestro orgullo disfrazado. La verdadera práctica de esta virtud no se predica, se practica. 
En caso de existir, son los demás quienes la ven, nunca uno mismo. Ser sencillo es el resultado de conocer nuestra verdadera esencia.
Y es que solo cuando accedemos al núcleo de nuestro ser sabemos que no somos lo que pensamos, decimos o hacemos. Ni tampoco lo que tenemos o conseguimos.
Ésta es la razón por la que las personas humildes, en tanto que sabios, pasan desapercibidas.

Gracias a esta cualidad, cada vez gozamos de mayor predisposición para escuchar nuevos puntos de vista, incluso cuando se oponen a nuestras creencias.
Sentimos más curiosidad por explorar formas alternativas de entender la vida que ni siquiera sabíamos que existían.
Y cuanto más indagamos, mayor es el reconocimiento de nuestra ignorancia, vislumbrando claramente el camino hacia la sabiduría.
Fragmentos de Borja Vilaseca.


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