6 de mayo de 2015

MEDITAR NO ES QUEDARSE SENTADO.

Se suele idealizar la meditación. 
Es un error buscar una experiencia extraordinaria, el bienestar absoluto, la sabiduría o la felicidad. Algo de eso puede ocurrir, pero durará un instante, como sucedería probablemente sin necesidad de meditar. 
Los meditadores expertos dicen que la búsqueda termina cuando comprendes que no hay nada que buscar, pero  que la meditación es una ayuda en el proceso del conocimiento y el crecimiento personal. 
La práctica de la meditación ayuda a que las emociones se integren con los pensamientos y con las palabras, y propicia el reconocimiento de las señales que nos envía el cuerpo.
Las investigaciones desarrolladas en los últimos 30 años han mostrado que la salud se relaciona con la integración armoniosa de cuerpo y mente.
Cuando se experimenta una armonía interior, nos sentimos física, emocional y espiritualmente más sanos.       

El papel de los sentidos

La práctica de la meditación se realiza a través del cultivo de los sentidos. Normalmente somos conscientes sólo de una pequeña parte de la realidad, porque la observamos a través de patrones culturalmente establecidos. El trabajo con los sentidos permite vivir con más profundidad y plenitud en el aquí y ahora.

Ver. Vemos a través del filtro de nuestros pensamientos y emociones. Así, un determinado paisaje nos puede resultar agradable o desagradable. Nuestros ojos buscan unos objetos y no quieren ver otros. La práctica meditativa a través de la vista, se centra en ver todo lo que hay, sea cual sea su efecto. En último término se experimenta una fusión empática entre el observador y lo visto. No se juzga, no se etiqueta. 

Oír. El oído es quizá el primero y más importante de los sentidos, pues es el primero en ponerse en marcha y relacionarnos con el exterior.  En la meditación escuchamos sin más, sin explicarnos o comprender el origen de cada uno de los sonidos que apreciamos. Simplemente se producen y se desvanecen.


Tocar. La piel es el límite entre lo interior y lo exterior.  En la práctica de la atención plena, la observación de las sensaciones que proceden de la piel refuerza la conexión de la mente con el cuerpo y con el mundo exterior.  Nos ayuda a reconocernos aún más.


Oler. Los olores casi siempre nos remiten a experiencias pasadas y que normalmente los asociamos a una emoción positiva o negativa. Buen momento para dejar partir aquellos recuerdos que nos impiden avanzar.


Degustar. La ansiedad, la prisa, la distracción con los propios pensamientos nos llevan a deglutir los alimentos sin apreciar apenas los sabores. Comer es una excelente oportunidad para practicar la meditación. ¿Podemos distinguir con los ojos cerrados cada uno de los ingredientes de la comida?

Manu Correa.

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