1 de junio de 2015

LA RISA ES PARTE DE NUESTRA FILOSOFÍA.

Entrevista a Roger-Pol Droit.


¿Hay filosofía en el hecho de contar hasta mil? ¿Y en pelar una manzana con la imaginación o seguir el movimiento de las hormigas?
«Es posible hacer filosofía en todas partes y con todo»
«Lo fútil da que pensar, lo irrisorio conduce a lo serio, lo profundo parte de lo superficial», «Hay filosofía en el juego, en la mirada, en la actitud hacia lo que ocurre».
¿Por qué y para qué necesitamos la filosofía en nuestro día a día?
La filosofía, en primer lugar, es la capacidad de asombro. De hecho, la reflexión sólo empieza cuando nos preguntamos «Pero ¿por qué es esto así?» Cuando todo nos parece normal, igual o familiar, no nos hacemos ninguna pregunta.
Las preguntas surgen cuando el mundo empieza a parecernos extraño y la realidad, rara. Las experiencias que propongo están dirigidas a eso: a provocar asombro y, por tanto, a empezar una reflexión, suscitando sorpresas. En lo cotidiano, por lo general, nada sorprende, todo es rutina. Creo que hay que introducir cambios para ver las cosas desde otro ángulo, y plantearse nuevas preguntas.
Propongo unas experiencias para experimentar. Si primero no sentimos un desconcierto, una emoción o una sensación, el movimiento del pensamiento sigue siendo artificial y abstracto. Estoy convencido de que primero hay que sentir para poder reflexionar.
«Ir a la peluquería». No me diga que hay filosofía en el hecho de cortarse el pelo...
El juego de esta experiencia consiste en imaginar que, al cortarnos el pelo, el peluquero también modifica el interior de la cabeza y nos peina las ideas, las aclara.  Como ve, no es en el peinado, sino en el juego, en la mirada, en la actitud hacia lo que ocurre. Lo que cuenta no es el lugar ni la cosa, sino la manera de abordarlo y vivirlo.
«Es imposible no pensar», asegura. Si me permite la ironía, conozco a muchas personas que se pasan el día así: sin pensar.
Hay que ponerse de acuerdo sobre las palabras. Si lo que quiere decir usted es que se puede vivir sin devanarse los sesos y teniendo pocas ideas, es una evidencia: mucha gente vive así. Lo que yo quiero decir es otra cosa: vaciar totalmente nuestras cabezas es prácticamente imposible. Siempre habrá una imagen, una preocupación, un recuerdo o un proyecto. Da igual que no sean ideas profundas ni interesantes: nunca hay «nada».
«La tele también puede conducir a la sabiduría», escribe usted. 
Todos los que han apagado su televisor se lo dirán.
Entre sus propuestas, esperar sin hacer nada, quitarnos el reloj, apagar el móvil. ¿Qué conseguiremos haciendo todo eso?
Como mínimo, un poco de tranquilidad, un principio de contemplación o bien, si está realmente muy alterado, un principio de quietud. 
Los actuales son tiempos, según usted, «propensos al cinismo, la frialdad, la denigración y la burla». ¿Cómo superarlos?
No tengo una receta milagrosa. Estas experiencias pueden permitirnos encontrar, quizás, salidas de emergencia, al hacernos ver el mundo de otra manera, bajo el ángulo del juego, de la ternura o de la risa.
«La mejor manera de respetar las ideas es reírse», asegura.
Reírse es también una manera de hacer filosofía. No hace falta ser serio y aburrido para reflexionar. Reírse de las ideas no es burlarse de ellas. Es empezar a entender que la risa también nos pertenece.
¿Qué lugar ocupa la búsqueda de la felicidad?
Todo depende de las épocas y de la idea que tengamos de la felicidad. En los filósofos griegos y romanos de la Antigüedad, ocupa un lugar central, y la felicidad que quieren alcanzar es la de una vida tranquila, sin trastornos, desprovista de las ilusiones y de los deseos ilimitados que hacen desgraciados a los seres humanos. Este ideal desapareció después, y fue criticado por Kant, que decía que la felicidad es una fantasía, y por Schopenhauer, que sostiene que es una trampa. 
Hoy existe una fuerte tendencia a llevarnos a creer que la filosofía puede quitarnos el estrés y hacernos zen, tranquilos y, por tanto, «felices». No creo en ello. 
Fragmentos de Antonio Fontana.


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