23 de julio de 2015

¿POR QUÉ ENFERMAMOS Y POR QUÉ SANAMOS? ANITA MOORJANI

Durante mi ECM (encuentro Cercano a la Muerte), experimenté ¡tanta claridad! 
La pregunta que me hacen con más frecuencia cuando estoy compartiendo mi historia, es: “Entonces, ¿qué causó su cáncer?” 
Es perfectamente entendible que la mayoría de la gente esté tan interesada en esa respuesta. 
Uno de los riesgos es que, lo que yo diga, podría parecer que las personas que no se recuperan o que aún tienen cáncer, u otras enfermedades, son de algún modo “menos” que aquellos que se han sanado. 
Esto, simplemente, ¡no es verdad! 
Las razones de su enfermedad yacen en su viaje personal y probablemente estén relacionadas con su propósito individual. 

Ahora puedo ver que mi enfermedad fue parte del por qué estoy aquí. 
Sólo estoy expresando lo que sentí que pasó en mi interior en ese momento, con la esperanza de que mis palabras puedan ayudar a alguien más. 
Como dije, la pregunta más frecuente que me hacen es por qué tuve cáncer. Puedo resumir la respuesta en una palabra: miedo. 
¿A qué le temía? Casi a todo: al fracaso, a no gustarle a nadie, a quedar mal con la gente y a no ser lo suficientemente buena. 
También le temía a la enfermedad, al cáncer en particular, lo mismo que a su tratamiento. 
Tenía miedo a vivir y estaba aterrada de morir. 
El miedo es muy sutil y se nos puede colar gradualmente sin que nos demos cuenta. 
Mirando hacia atrás, veo que a la mayoría de nosotros se nos enseña, desde muy pequeños, a tener miedo, aunque no creo que hayamos nacido de esa forma.
Venimos a la vida sabiendo de nuestra magnificencia. 
No sé la razón, pero el mundo parece derribarla mientras empezamos a crecer. 
Empieza sutilmente al principio con pequeños signos de ansiedad, tales como no ser querida o no ser lo suficientemente buena, tal vez porque somos de otra raza, demasiado altos, demasiado pequeños, demasiado gordos, o demasiado delgados. ¡Deseamos tanto encajar! 
No recuerdo haber sido alentada a ser quien yo realmente era, ni fiel a mí misma, ni me confirmaron que estaba bien ser diferente. 
Todo lo que recuerdo es esa pequeña voz molesta de desaprobación que continuamente oía en mi cabeza. 
Maniobraba para evitar que la gente pensara mal de mí y con el paso de los años, me perdí a mí misma en el proceso. Estaba completamente desconectada de quién era yo o lo que quería, porque todo lo que hacía estaba diseñado para conseguir la aprobación de todos, excepto la mía propia. 
Después de que mi mejor amiga, Soni, y el cuñado de Danny fueron diagnosticados con cáncer, empecé a desarrollar un profundo miedo a la enfermedad. Sentía que si los había golpeado a ellos, podría hacerlo con cualquiera, de tal forma que empecé a hacer todo lo que podía para evitar enfermarme. 
Sin embargo, en la medida en que más leía sobre su prevención, más sentía que tenía razón de tener miedo. Me parecía que todo causaba cáncer. 
No solamente le tenía temor a la enfermedad en sí, sino también al tratamiento de quimioterapia. 
Soni murió mientras estaba bajo ese tipo de tratamiento, lo cual simplemente exacerbó mis miedos. Lentamente, me encontré aterrada tanto de morir como de vivir. 
Era casi como si estuviera atrapada por mis miedos. 
Mi experiencia de vida se estaba volviendo cada vez más pequeña porque para mí el mundo era un lugar amenazante… Y luego, me diagnosticaron cáncer. 
Pasé por las etapas de hacer todo lo que podía, pero en el fondo de mi mente, todavía creía que no lo iba a lograr. Y le tenía mucho, mucho, miedo a la muerte. 
La palabra cáncer en sí misma fue suficiente para causarme miedo y las falencias de la ciencia, apoyaron el sentimiento de que iba a morir. Aún así hice todo lo que pude, pero la enfermedad parecía estar progresando y empeorando. Aunque la mayoría de la gente que conocía me aconsejó en contra, opté por la medicina alternativa porque sentía que con la terapia convencional, estaba condenada desde el comienzo. 
En su lugar, renuncié a mi trabajo y me dediqué durante años a este proceso. Intenté la sanación a través de la fe, la oración, la meditación y las sesiones energéticas. 
Trabajé en terapia del perdón y perdoné a todos los que conocía y después, los volví a perdonar. Viajé a la India y a China, conocí monjes budistas, yoguis indios y maestros iluminados, con la esperanza de que ellos me ayudaran a encontrar respuestas que condujeran a la sanación. 
Intenté ser vegetariana, meditar en la cima de la montaña, el yoga, la medicina ayurvédica, el balance de los chakras, la medicina china herbal, la sanación pránica y Chi Gong. 
Pero a pesar de todo esto, mi cáncer continuaba empeorando. 
Mi mente estaba en un estado de total confusión y yo continuaba perdiéndome, aún más, en diferentes modalidades de sanación, probando todo, sólo para permanecer viva, mientras mi salud continuaba deteriorándose. 
La silla de ruedas se volvió mi única forma de movilidad. 
Ni siquiera puedo describir que tan intenso era el terror que estaba experimentando, día tras día, mientras mi cuerpo continuaba deteriorándose. 
Había estado probando seriamente todo lo que pude: perdón, limpieza, sanación, oración y meditación. Simplemente no podía entender por qué me estaba pasando esto. 
Pero cuando finalmente se volvió demasiado difícil de aguantar, me solté. 
Hubo un total e interno dejar ir. Después de que el cáncer devastó mi cuerpo durante más de 4 años, simplemente estaba demasiado débil para continuar… así que me rendí. 
Estaba cansada. 
Sabía que el siguiente paso sería la muerte y finalmente había llegado al punto donde le daba la bienvenida. Cualquier cosa tenía que ser mejor que esto. 
Ahí fue cuando caí en un coma y mis órganos empezaron a apagarse. 
Y entonces empecé a sumergirme hacia la muerte. 
El reino que experimenté cuando mi cuerpo se apagó, me permitió ver mi propia magnificencia, sin distorsiones por el miedo. 
Fui consciente que tenía acceso a un poder grandioso. 
Cuando renuncié a aferrarme a la vida física, no sentía que necesitaba hacer nada en particular para entrar en el otro reino, como rezar, cantar, usar mantras, el perdón o cualquier otra técnica. 
Era algo parecido a decir: “Bueno, no tengo más para dar. Me rindo. Tómame, haz lo que quieras conmigo. Te saliste con la tuya.” 
En ese estado de claridad en el otro reino, instintivamente entendí que yo estaba muriendo a causa de todos mis miedos. 
No estaba expresando mi verdadero ser porque mis preocupaciones no me dejaban hacerlo. 
Entendí que el cáncer no era un castigo. 
Era simplemente mi propia energía, manifestándose como cáncer porque mis miedos no permitían que me expresara como la fuerza magnificente que soy.
Y fue así, que allí, en el otro reino, tuve la comprensión de por qué había enfermado, había entregado todo mi poder y mi fuerza al miedo y éste, no me permitía ser tal como soy, toda mi energía se la entregué al miedo, de una forma u otra y me estaba consumiendo.
Cuando comprendí lo luminoso que somos, lo perfectos y amorosos, tomé la firme decisión de no morir, quería volver aquí.
Decidí amarme y sanarme, escucharme y dar a mi alma lo que me pedía, ya no más sufrimiento, sino risas, alegrías y aprendizajes amorosos.
En ese estado de muerte clínica, hablé con mis células y les dije que íbamos a volver, volveríamos pero completamente sana, estaba decidida a volver y vivir, a dejar de sobrevivir que es lo que había estado haciendo hasta ahora.
¡Creedme! Así fue.
Volví renovada y totalmente sanada.
Sanada en todos los aspectos, tanto que mi caso, lo han estudiado muchos médicos y siguen sin comprender lo que ha pasado, aunque yo se lo cuente una y otra vez.
Fragmentos de "Muero por ser yo"
Anita Moorjani



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